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viernes, 30 de marzo de 2012

“En un día de carnaval”


(Texto original de Pacelli Torres)*

Los ojos cansados de doña Celestina viajaban por las calles del pueblo. Era la tarde de sábado de carnaval, y como todos los años, doña Celestina puntualmente había acercado su mecedora al balcón para contemplar el espectáculo. Así lo había hecho por más de cincuenta años.

Abajo la algarabía de la fiesta estaba en pleno esplendor. Carrozas multicolores que presentaban los más variados temas, desde míticos hasta costumbristas, avanzaban despacio en medio del desfile de comparsas y a lado y lado de las calles se arremolinaban espectadores de todas las edades. Era una típica tarde de carnaval, el sol brillaba inclemente y la alegría de la gente se desbordaba sin límites. Sin embargo había algo que hacía aquella tarde diferente a la de los años anteriores. Una misteriosa figura avanzó desde la colina cercana y se mezcló con el desfile. Era un hombre pequeño, vestido de forma estrambótica que pasó completamente desapercibido entre la multitud.

Al igual que todos los demás reía, saltaba y cantaba al son de la banda. Sólo doña Celestina, desde su balcón, notó que algo era diferente. Aquella criatura se las arreglaba para, de forma disimulada, tocar a las personas que tenía cerca, aquellas perdían toda su alegría y se sumían en un melancólico silencio. Una ola de tristeza fue lentamente cambiando el ambiente de las calles y cuando la última persona fue tocada por el extraño personaje se empezaron a oír los primeros sollozos. La algarabía del carnaval se había transformado en una sombra que lentamente penetró a las casas e hizo presa
también de quienes, por una u otra razón, no habían acudido al carnaval. Solamente doña Celestina, que había, instintivamente, empezado a rezar el rosario se libró de la maldición.

La sombra se encogió, primero lentamente y luego con total celeridad y fue a posarse entre las manos del extraño personaje bajado de la colina. Éste dio un salto, y por increíble que parezca, fue a absorberse en la pupila derecha de don Octavio, el carnicero, que sentado frente a la taberna consumía su doceava cerveza de la tarde.

El día de carnaval había pasado. Y, como todos los años anteriores, después de las festividades la vida siguió su curso normal. Sin embargo, el pueblo no fue el mismo.

La gente parecía no darse cuenta de que había perdido algo. Nadie sonreía, cualquier desacuerdo producía los más absurdos altercados, nadie confiaba en nadie y la sociedad toda parecía haberse descompuesto de una forma irreversible.

En sus noventa y siete años de vida, doña Celestina no había oído, ni leído, ni contemplado algo semejante a lo de aquella tarde. Y en sus noventa y siete años jamás se imaginó que le correspondería ser la libertadora de su pueblo.

Una mañana, reunió todo su valor y salió de la casa. Caminó lentamente con su rosario en la mano hasta la carnicería de don Octavio. Este estaba ocupado despachando a un cliente. Al ver a doña Celestina pareció petrificarse, sus ojos brillaron con fuego y de su pupila derecha emergió un ser demoniaco que se abalanzó sobre la anciana. Ella, sin embargo, sin perder la cordura ni el valor recitó unas palabras que hasta la fecha no ha podido saberse si eran una oración o no, el hecho es que aquella criatura cayó a sus pies como si se hubiera achicharrado. Al mismo tiempo una niebla helada, con una tonalidad azul pálido salió de la pupila izquierda del carnicero y barrió las cenizas dejadas por la bestia. Aquella niebla se condensó y formo una nube gris que saliendo por puertas y
ventanas ascendió hasta el cielo y dejó caer tal aguacero sobre el pueblo como nunca había caído. En sus gotas estaba condensada la alegría robada, y jóvenes y viejos se precipitaron a las calles cantando bajo la lluvia como si de un nuevo día de carnaval se tratara.

Doña Celestina regresó a su casa, como si nada hubiera pasado. Los pocos que estuvieron presentes en la carnicería contaron su versión, quienes no, le agregaron algunos adornos y recontaron la suya. Algunos se aventuraron a especular y algunos afirmaron a los cuatro vientos que se trataba solamente de una histeria colectiva.

Nada de esto interesó a la anciana, que por tantos años había visto desde su balcón carnaval tras carnaval. Una mañana sus ojos agobiados por las cataratas se cerraron para siempre. Don Octavio acompañó el féretro hasta el cementerio y al poner una rosa roja sobre él, vio cómo un diáfano ser alado ascendía hasta el cielo. Entonces ya no tuvo duda de que un ángel había estado habitando entre ellos.

(*)(*) Pacelli Torres Valderrama, Profesor Universitario, ganador del Concurso de Cuento de 

RCN- Ministerio de Educación y del Concurso "Vivencias", organizado por Editorial OROLA de 
España.

miércoles, 21 de marzo de 2012

“HISTORIA DE DEVO, ASPIRANTE A CHAMÁN”

“HISTORIA DE DEVO, ASPIRANTE A CHAMÁN”. (Relato original de Pacelli Torres Valderrama) (*)  

Safo, en su juventud, quiso ser chamán de su aldea. Sin embargo, no pudo superar la prueba impuesta por sus maestros. Debía internarse en el bosque misterioso de Sael y extraer de él uno de los secretos sagrados. Lo intentó dos veces pero en ambas fracasó. Ahora su hijo, Devo, había cumplido los 17 años y había sido postulado como candidato para ser chamán y debía someterse a la misma prueba. 

El bosque de Sael era una región selvática al otro lado de la colina sagrada de Mesta, de donde se contaba habían salido los primeros habitantes de la aldea. Cada 17 años, siguiendo el ritmo de las cigarras, se enviaba a seis o siete candidatos a chamán para que sobrevivieran allí durante una semana, de ellos, sólo unos cuantos habían regresado, del resto jamás se volvió a saber. Aquellos que entraron en comunicación directa con los espíritus del bosque y recibieron su sabiduría eran proclamados chamanes, quienes volvían sin nada que decir, como había sido el caso de Safo, se consideraban fracasados, aunque sus hijos adquirían el derecho de postularse como candidato a chamán. 

Muchas leyendas maravillosas sobre el bosque misterioso habían pasado de generación en generación y eran contadas en las noches de luna nueva en la aldea. Devo las había oído de niño y también Safo y su padre. Todos y cada uno de los habitantes de la aldea y sus ancestros sabían de los terribles peligros de Sael, el bosque encantado. 

Aquella mañana, muy temprano, el consejo de ancianos despidió al joven junto a la piedra negra que marcaba el fin del mundo conocido y el inicio de la región de Sael. Allí estaba también Safo que con una bendición le entregó la daga que le había acompañado a él y a su abuelo en la misma travesía. Devo miró los ojos llorosos de su padre y sin decir palabra emprendió la marcha. Debía sobrevivir una semana sin provisión ni equipaje alguno, en comunión directa con los elementos y los espíritus de la jungla. 

Siguió la dirección rumbo a la colina de Mesta. Debía llegar a su cumbre antes del atardecer y guarecerse en una de sus cuevas, según el consejo del gran chamán. El ascenso no fue nada fácil, el terreno era bastante escarpado y no se veía posibilidad de conseguir alimento. Un sol inclemente lo siguió durante todo el trayecto y poco antes del atardecer por fin se encontró en la cima de la colina y pudo contemplar la extensión del bosque sagrado de Sael al otro lado. Mirando hacia atrás divisó su aldea, como un punto lejano, y pensó en su padre. Exploró la desolada cumbre y pronto reconoció las cavernas. Aquellas, sin embargo, no eran formaciones naturales, eran las ruinas de una antigua civilización, pero esto es algo que en aquella época nadie sospechaba. Devo buscó albergue en un nicho tallado en la roca. Para sorpresa suya encontró allí agua y comida fresca y como era costumbre en su tribu la dividió en tres porciones, comió una y guardó las otras dos para el día siguiente, en el que debería descender de la sierra e internarse en el bosque. Trató de entrar en comunicación con el espiritu guardián de la montaña, pero fue inútil. Finalmente se sumergió en un sueño profundo cuyo encanto duró hasta pasada la media noche. Entonces salió de la cueva y contempló el enorme cielo estrellado. "Cada estrella es una historia", le había dicho su padre, "y cuando regreses, una se encenderá por ti". Parado allí solo ante la inmensidad de la noche, se le ocurrió la idea de que quizá Safo había dejado para él la comida en la cueva, pero aquello no era posible, su padre ya no era joven y además cojeaba de la pierna izquierda, aunque tal vez con un esfuerzo......Estuvo despierto por más de una hora, su mente ocupada en múltiples conjeturas, y luego volvió a dormir. 

Los sonidos del bosque lo despertaron antes del amanecer, eran diferentes a los que se escuchaban en la aldea, más sonoros y claros y en su cadencia misteriosa creyó oír el llamado del bosque. Comió la segunda parte de sus provisiones. En su mente se despidió de nuevo de la aldea y suspiró. Una bruma blanca ascendía y ocultaba grandes partes del bosque. Los rayos del sol iluminaron pronto su camino, y le permitieron entrever el trayecto que seguiría para sumergirse en aquellas tierras incógnitas que yacen no sólo allende la colina sagrada sino también más allá de la comprensión humana. 

Cuando por fin llegó al bosque se encontró ante una tupida vegetación, había plantas conocidas, aunque la mayoría eran completamente extrañas para él. Con cada paso una gran cantidad de insectos huían volando, saltando corriendo o simplemente escondiéndose bajo troncos caídos y hojas secas. De las copas de los árboles salían aves multicolores o mamíferos trepadores que nunca había visto en su vida. Su corazón se agitó al pensar en los animales mayores que pudiera encontrar. Antes del medio día le cortó el paso un ser horripilante con rasgos de oso pero también con características humanoides que emitía un chillido ronco que heló su alma. Aquella bestia agitaba sobre su cabeza una enorme maza de hierro y su mirada estaba llena de odio. Detrás de él apareció un decrépito anciano con la mirada perdida que llevaba una calavera humana en su mano izquierda y un bastón en la derecha. -Este podría ser – dijo el anciano dirigiéndose a la bestia – pártele la cabeza y revisemos si tiene el rubí de Zefrán en su corazón. 

El monstruo levantó su gran maza y se dispuso a darle un golpe certero a Devo en la cabeza, sin embargo por un par de segundos pareció paralizarse y el joven aprovechó para hundirle la daga en el vientre. Se oyó un rugido abominable y una sustancia negruzca salió de su abdomen. La bestia estaba aterrorizada. Un segundo chillido se dejó oír. Esta vez se trataba de la voz del anciano que igualmente aterrorizado gritaba instrucciones a la bestia en un lenguaje desconocido para Devo. Aquel monstruo humanoide sufrió una increíble transformación. Enormes alas de murciélago salieron de su espalda. La sangre negruzca se extendió por todo su cuerpo como si se tratara de diminutos insectos que luego se ordenaron y formaron una formidable coraza de escamas. Una cabeza reptiliana emergió de su rostro simiesco y una gran cola de dragón se agitó en el aire mientras el anciano subía a su lomo y le daba la orden de alejarse. La bestia obedeció y con un confuso aleteo se abrió paso entre el follaje alto de los árboles y los dos desaparecieron. 

En su prisa el anciano había dejado la calavera en el piso. Devo la inspeccionó y con asombro notó que tenía una inscripción en los jeroglíficos antiguos que había aprendido de su abuelo. En medio de su confusión leyó el mensaje: “El rubí de Zefrán se encuentra oculto en un corazón. Tu misión es encontrarlo y llevarlo a su legítimo dueño”. 

Al leer esto, comprendió con horror que una maldición había caído sobre su ser. Ahora sería él, Devo, quien debería buscar el rubí en el pecho de toda persona que encontrara a su paso. Vagaría por el bosque de Sael hasta hacerse viejo y encorvado y tal vez tendría que domesticar a su vez una bestia que le sirviera como asistente en su macabra misión. 

Una gran desolación se apoderó de su alma. Pero sus melancólicos pensamientos se vieron interrumpidos por un zumbido ronco que aumentaba de volumen. Al voltearse se encontró ante un peligro peor que la bestia mutante. En los árboles detrás de él había un ejército de extrañas criaturas de color naranja con vetas plateadas del tamaño de ardillas con alas de avispa cuya boca terminaba en una especie de tubo por el que disparaban dardos de luz dorada. Había miles de ellas, y fue la amenaza de tales dardos, y no la pequeña daga de Devo la que aterrorizara tanto a la bestia y su amo. El zumbido aumentó en frecuencia y un enorme enjambre de aquellas extrañas criaturas elevó vuelo y comenzó a dispara a diestra y siniestra sus dardos. El zumbido de sus alas era insoportable así que Devo se cubrió los oídos y cayó de rodillas pensando en lo triste que estaría su padre por su no regreso. El bosque se iluminó con un resplandor dorado que hería también los ojos, así que aquel joven aspirante a chamán ensordecido y enceguecido cayó al piso en posición fetal para esperar su muerte. 

Los diminutos dardos penetraban los tejidos de su cuerpo y por unos minutos todo fue confusión. Cuando cesaron los dardos y el zumbido se extinguió, Devo abrió los ojos y comprobó que no estaba muerto. A su alrededor todo parecía haber cambiado, ahora comprendía el aroma húmedo de la tierra, escuchaba el canto de las hojas, el cielo se le presentó ante su mente como un espíritu protector, el arroyo cercano fue para él el llamado de una madre. Se sintió fuerte y valiente y su luz interior parecía haber aumentado también. Su mente adquirió una claridad excepcional y comprendió los misterios de que hablaran las leyendas. Los dardos de luz tenían la curiosa propiedad de aumentar las virtudes o defectos de sus víctimas. Era tiempo de regresar. 

Escaló la colina sin esfuerzo y estuvo de vuelta en la aldea antes del atardecer. Al abrazar a Safo sintió que la maldición de la calavera había terminado también, ya que aquel codiciado rubí había estado siempre en el corazón de su padre y él, Devo, era su legítimo dueño pues en el lenguaje secreto del bosque sagrado la palabra Zefrán significa amor filial.

 (*) Pacelli Torres Valderrama, Profesor Universitario, ganador del Concurso de Cuento de RCN- Ministerio de Educación y del Concurso "Vivencias", organizado por Editorial OROLA de España.